LA CIEGA DEL MANZANARES. O
Allí empezaba una escalera de peldaños de yeso,
«lesconchados y carcomidos,
Eran siete, como siete son los pecados capitales,
y terminaban en un desván con una ventana sobre
las tejas.
El techo permitía ver las estrellas en las noches
despejadas; en tiempo lluvioso era allí necesario el
paraguas para no mojarse. ]
Lo mismo que la pieza de abajo, era un recep-
táculo de cosas sucias é6 inmundas.
En el fondo se veía un catre de tijera, en cuyos
largueros habían marcado su paso no sabemos
“cuántas generaciones de chinches.
Un jergón escuálido y algunas ropas completa-
ban la cama, donde la Tuerta afirmaba que su
huéspeda iba á dormir como una reina.
Como una reina en la Conserjería la víspera de
ser guillotinada.
- Adela no podía apreciar toda aquella miseria,
Con ayuda de la vieja se desnudó, quedando ins-
talada en aquel potro.
La Tuerta la deseó buena noche, volviendo á
descender por donde había subido.
En aquel momento Casimiro empujó la puerta
que daba sobre el barranco.
Aquella puerta no se cerraba nunca habiendo
gente en casa, como no fuera en las altas horas de
la noche, :
Tal costumbre, que no era enteramente patriar=
“cal, respondía á una necesidad. bo
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