Full text: Tomo 1 (001)

    
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
   
  
  
  
  
  
  
  
  
  
98 LA CIEGA DEL MANZANARES. 
Los fugitivos, que solían presentarse con fre- 
cuencia, no tenían que esperar cuando huían, y so- 
lían librarse de algún enemigo. 
Porque allí iban muchos bienaventurados que su- 
frían persecución por la justicia. 
Oasimiro se desembozó, dejando ver debaje de: 
su brazo el reluciente cornetín. 
—Buenas noches, madre, —dijo. 
La Tuerta no le contestó. 
El pobre mozo debía estar acostumbrado á tales 
recibimientos, porque no se dió por resentido. 
Sacó del bolsillo del chaleco algunas monedas, y, 
poniéndolas sobre la mesa, añadió: 
- —Ahí tiene usted dos pesetas, menos seis Ccuar- 
tos: es el jornal de esta noche; dos bautizos y una 
felicitación por la Lotería. 
-—¿Y por'qué seis cuartos de menos? —preguntó. 
la Tuerta mientras recogía el dinero. | 
—He comprado un poco de tabaco. 
—;¡Tabaco! ¡Miren el goloso!... ¡y compra taba- 
eo como los caballeros, cuando hay por esas calles 
de Dios tantas colillas! 
— Bien sabe usted que me repugnan ciertas 
Cosas... A ] 
—¡Melindroso! 
6 eat gastar más, porque los compañeros 
me invitaban á beber, y he rehusado por lo mismo. 
—¡Pues eso faltaba! ¡Tendría que ver que te hi- 
*cieras borracho! 
-—A mi hermano no le riñe usted nunca por ese 
    
  
  
 
	        
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