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vantándose y yendo hacia la Puerta,
LA CIEGA DEL MANZANARES,
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vicio; sin embargo, consume y no trae dinero á
casa.
— Tu hermano es un hombre. ¡Puede que ape
ras compararte con él!
—No, señora. ¡Dios me libre parecerme en lo
más mínimo, por más que le quiero!
—¡Maldita la falta que le hace tu cariño!
—Bien; ¿hay algo de cenar?
—Ahí tienes una gallineja que ha dejado esa
mona.
—¿Quién?—preguntó el pobre muchacho comien-
do con ansia el nauseabundo manjar. :
—Un ave fría que he cazado esta tarde en el
puente de Toledo; está ahí arriba, por lo cual con-
viene que no des voces.
. —¿Pero con qué objeto ha traído usted á casa á
una persona desconocida?
-—Con el de que ella nos traiga buenas monedas
de plata. ¿Pues qué, la tía Tuerta se mama el dedo?
Ya saben en el barranco que no. Esto es hacer ne-
gocios para la casa, y no estar sopla que te sopla
en ese maldito instrumento, que cuando le arrimas
á los labios pareces un decehomo.
Aquí llegaban de su nada cariñosa plática la ma-
dre y el hijo, cuando se oyó hacia el exterior una.
voz enronquecida por el abuso del alcohol, que en-
tonaba una canción capaz de enrojecer los muros
de la catedral de Toledo.
—¡Ahí está mi León! — exclamó la Tuerta. le-