998 LA CIEGA DEL MANZANARES.
Rivera miró á su criado de un modo muy poco
- tranquilizador para éste.
Aquello duró un segundo.
Mauricio bajó la cabeza, figurándose que tenía
sobre su persona todo un almacén de calzado.
Después sintió que el joven le ponía una mano
en el hombro, diciéndole:
—Debería deslomarte por haberme tenido tan-
tas horas ignorante de mi dicha; pero soy tan fe-
liz, que prefiero esto.
Y le dió un billete de quinientos reales, aleján-
dose de allí cuanto podía correr. |
Mauricio miró el papel, y entre gozoso y grotes-
camente triste, murmuró:
—¡Pues señor, es indudable!... ¡Ha decaído!
Luis Rivera, variando su itinerario, se dirigió
hacia la calle de la Madera.
Péro Isabel y doña Andrea habían salido.
Entonces volvió á acordarse de su tía la condesa.