LA CIEGA DEL MANZANARES.
Aquella. mano ardía.
—¡Tía Carolina! | !
—¡Ya'ves en qué situación me encuentras!
—Pero no peor, según acaba de decirme el tí0.
—En efecto; me encuentro menos mal,
—Lo cual indica un principio; de mejoría que
Y. acabará.en un completo restablecimiento, Dios me
| diante. |
E — ¡Quién sabe! |
y -———Asílo asegura el doctor; —replicó el conde.
—Ya sé que durante mi fatal recaída no has fal-
tado de aquí un solo día... y «algunos, dos veces:
—El cariño, y el deber además, me obligaban
á ello,
—Gracias, hijo mío... pero qué, ¿no te sientas?
-—No quiero prolongar mi visita, porque. aún
está usted muy débil para sostener una larga con-
versación; sin embargo... ta A
Y Luis cnoidd una silla á la butaca de la. enfer- o,
ma, tomando asiento.
El conde hojeaba una Revista ilustrada. A
Carolina asió cariñosamente una mano á su :sQ= |
brino, diciéndole:
- —¿Qué me cuentas?
—Que tengo una satisfacción indhoible viendo $
Usted más aliviada. i
—¡0h!.. ;
bc es necesario que raniala netot ma 0 sar
bias prescripciones del doctor Lacasa. ses
Y e o lo esteis