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—ijA fe que habíamos de hacer un buen viaje! —
exclamó Carolina, sonriendo á su sobrino. |
El ministro tuvo que salir, porque un amigo le
"Ssperaba en el salón.
LA CIEGA DEL MANZANARES.
Carolina y Luis quedaron solos.
Este aproximó más su silla, y la dijo en voz
baja:
—Pero tía, ¿qué causa ha podido determinar esa
Tepentina recaída? | i
—¿Qué causa? —exclamó aquélla.—¡Si tú lo su-
Pieras!... ¡acaso no has sido enteramente ajeno 4
ella!
—¿Qué dice usted?
—La verdad. |
—Esas palabras concuerdan con las que há poco
Me dirigió mi tío.
' —¡Cómo! ; :
—Supone que entre el delirio de que ha sido us -
ted víctima y mi conducta, hay alguna relación.
—¡Mi delirio!
—Parece que algunas palabras de usted bi
Saron sus sospechas.
—¡Dios mío! Después de todo, insisto en que tú,
aunque inconscientemente, has tenido la culpa.
+1 Lo! y :
0 0, Luis: sieniendo tus indicaciones, ful pon
“in pretexto cualquiera, y sin darme á conocer,
visitar á esa joven.
—¿A mi Isabel?
TOMO IT,