CAPITULO LXXXIX
El doctor Lacasa.
Al entrar, se fijó naturalmente en la enferma
para preguntarla cómo se sentía. | Et
Carolina no tuvo tiempo de borrar de su senm-
blante la impresión que habían producido en a
las últimas frases de su sobrino |
Encerraban una esperanza que élla no ton
más bien una realidad. : | !
Hasta entonces todo le hacía presumir que aque-
lla joven ciega era la niña abandonada, en el mo-
mento de nacer, en las dl de una iglesia, pri-
mera cuna que la concedió el destino; aquella hija
querida, á quien Dios no quiso dar una hermana a
dur: amte su matrimonio con el conde. |
Esta circunstancia hizo que la joven madre la
lorase más cada día. an
Una hijo 6 Aden hubie dr pudo de el Delia NS