1020 LA CIEGA DEL MANZANARES.
—Yo me he tomado la libertad de ser hoy una
de esas personas.
—Aunque ignorando de qué manera, se lo agra-
dezco á usted; eso prueba que sigue teniéndome en
buena opinión.
—Recuerdo que hace unos veinte días encontré
á usted en la iglesia de San Luis; puede que usted.
no recuerde la fecha con exactitud, por la costum-
bre que tiene de visitar ese templo y otros.
—Prosiga usted, doctor.
—Esto se enlaza directamente con otro episodio
que voy á referir, y que ha dado lugar al del
templo. -
—Pero, don Félix—interrumpió el conde, —¿va
usted á referirnos alguna novela?
—Los hechos reales, los que pasan en el mundo,
á vista de nosotros unos, y otros desconocidos,
van más allá de lo que puede inventar la imagi-
nación del novelista más fecundo; basta que un
hecho lleve carácter novelesco, esto es, inventado,
para que nos parezca inverosímil; sin embargo,
¡cuán atrás se quedan los segundos de los pri-
meros! ]
- Oiga usted, señor conde; á usted más principal-
mente me dirijo; á usted, que por su elevado car-
go puede enmendar en algún modo los errores
- que cometen la justicia y las autoridades subalter-
nas en la aplicación de las penas. |
+ Hace pocos días, muy pocos, había en la cárcel
- de mujeres una pobre y honrada joven, sí, honra-