LA CIEGA DEL MANZANARES. 1023
el delirio de su mujer, y fijando en ella una mira-
da inquisitorial.
—Sí, ciega—repuso don Félix, —y en poder de
una vieja infame, que comerciaba con su desgra-
cia, haciéndola cantar en la vía pública
— ¡Adela! —murmuraba Luis en voz bid.
Carolina, que empezaba ya á ver claro, pregun-
tó al doctor:
—¿Y esa niña era la misma á quien socorrí yo
aquel día en el atrio,de la iglesia de San Luis?
—La misma. |
—¡Doctor!
—La misma.
Carolina, á pesar de su debilidad extrema, ha-
bía logrado ponerse en pie, ds en los bra-
zos de la sto
Su marido la preguntó, ya con tención:
—«¿Pero qué hay en todo ello para que despier te
de tal modo tu interés? po
- - —¿Qué ha sido de esa niña?—dijo aquélla, sin
hacer caso de la pregunta. | |
Pero don Félix, desentendiéndose, dijo , Airigién-
dose al conde:
—+Señor ministro, á usted le cabe en parte la: in-
justicia que hoy denuncio.
-—¿A mí?
—(Quiero creer que por una falsa delación.
—Don Félix... vea usted lo que dice.
- —Ya ve usted que le pongo en el mejor lugar... 2
Y á mi Juicio, es imposible q 10 perdone, a) la da