1026 LA CIEGA DEL MANZANARES.
El doctor intervino.
—De rodillas, hija mía—la dijo;—estás en pre-
sencia del señor conde.
Entonces la niña, con la voz ahogada por los so-
llozos, dijo:
- —Señor conde; mi hermana es inocente... sin
embargo, necesita que alguno la perdone... no sé
cómo pueden ser estas Cosas, pero son... parece que
ese alguno es usted... ignoro si tiene alguna hija...
yo lo celebraría, para decirla: «Hermana mía, su:
plica á tu padre por un ser tan inocente como tú,
y haga Dios que al gún día no tengan que uplicar
á otro por tí.»
Y cayó de rodillas. 7
Su mano balbuciente acertó á asir una de las del
conde, que besó con respeto casi religioso. j
Carolina lloraba; Luis y ei doctor estaban emo-
cionados.
El conde vaciló aún un segundo.
“Pero de pronto, desasiéndose de la tibia mano
de la ciega, se dirigió á un vela: dor de palosanto
donde había recado de escribir que utilizaba el
doctor para recetar á la enferma, firmó en blanco,
Y entregándole el pliego á don Félix , exclamó:
2 Usted es scribirá el nombre de esa desgracia-
da... libre Sea, donde quiera e la encuentre este
a
- —¡No tardará mucho!