Full text: Tomo 2 (002)

  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
   
    
      
    
  
1028 LA CIEGA DEL MANZANARES. 
—8f, tío; es la que amo... la que amaré siempre, 
porque la conceptúo digna de mí y de mi familia. 
Pero el conde, trémulo de ira, exclamó, dirl- 
viéndose al doctor: 
- —¿Es decir que se ha tendido á mi conmiseración 
un lazo infame? 
- En efecto, estaba muy lejos de imaginar que se 
tratase de la persona que, á su juicio, desviaba de- 
liberadamente á Luis de sus deberes. 
Acababa de recibir dos golpes que: no esperaba. 
El uno de su mujer, respecto á la ciega; el otro 
de su sobrino, tratándose de Isabel. 
Según sus palabras indicaban, creía haber caldo 
en una celada odiosa, hábilmente dispuesta por 
Carolina y Luis, en connivencia con el doctor. 
Y su ira no conocía límites, por lo mismo que 
consideraba no haber dado lugar con su conducta 
á que con él se procediese de aquella manera. 
Aámitía haberle pedido por Isabel, inocente 6 
culpable, pero en otros términos. 
Su brusca increpación ofendió 4 don Félix, que, 
avanzando un paso, replicó con dignidad: 
Señor conde, quiero creer que en este momento 
no,ha sabido usted lo que ha dicho. 
—;¡Pues lo repito!... y 880 prueba que lo sé. 
—Yo no soy hombre que tiende lazos á nadie; 
amucho menos á un hombre con cuy: amistad me 
creo honrado... tanto como él se crea honrado con 
“de mía. 
Ni mi edad, nt el ministerio que desempeño, ni mi 
  
  
  
   
  
  
  
  
 
	        
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