1066 ¿LA CIEGA DEL MANZANARES.
La esperanza estaba en todos los pechos, no
excluyendo la duda de todos los espíritus, porque
el doctor no soltaba prendas que pudieran compro-
meter su reputación.
- La misma Adela estaba triste en medio de su
ansiedad.
—¿No tienes esperanza, pobre niña?—le pregun-
taba la condesa.
-—Sí que la tengo, pero es menor que mi des-
aliento. |
—No hay motivo para que pienses así. Tu cura-
ción es casi segura.
—¡Quién sabe!
-—El doctor hace lo que puede.
—¿Pero podrá más que mi dolencia?... ¿más que
la voluntad de Dios? Es muy triste considerar que
la prueba pudiera salir fallida... entonces... ¡qué
horror!... ¡ciega para siempre!... ¡ciega, la que ha
esperado ver!
—¡Adela!... i :
—Antes no me afligía este pensamiento; me ha-
1 acostumbrado ya á permanecer en las tinieblas
(ue me rodean, porque había oído de labios auto-
rizados que mi desgracia no tenía remedio...
—Pero ya sabes que el doctor opina lo con-
trario.
-—SÍ.
—Que no se trata de lisonjear tus ir
- porque este engaño sería cruel.
E eso crece mi ansiedad á _ medida que ge