Full text: Tomo 2 (002)

LA CIEGA DEL MANZANARES, 1067 
acerca el día; no creo que el doctor, 4 sabiendas, 
me hiciese juguete de una ilusión. 
Rivera, interviniendo en el diálogo para confor- 
tar su espíritu, la decía: 
—¡Adela, por Dios! Cobre usted ánimos... todos 
tenemos una gran fe en el doctor. ? 
—No dudo que se la merezca. 
—Y por lo mismo que no promete nada como 
los charlatanes, como los doctores pulsamos 23, 
cumplirá. 
-—Sí, sí, hermana; no lo dudes. 
-—Usted recobrará la luz en esos hermosísimos 
ojos, á quienes acaso por envidia el sol no refleja. - 
Cuando esté completamente buena y fortalecida 
su vista, nos acompañará á Isabel y á mí; pensa- 
mos abandonar á Madrid en el próximo verano... 
—5BÍ, hermana; pasaremos un par de meses en 
una posesión que tiene la señora condesa cerca de 
Santander, á la orilla del mar... Ad 
—¡0Oh! el mar.. 
-—Verá usted caba lo que no ha visto nun- 
Ca... verá usted amontonarse sus aguas hasta for-. 
- mar verdaderas montañas de espuma; la verá usted 
moverse también, fingiendo el dulce gemido de a 
- niño, avanzar hacia la orilla, lamiendo las abrup- 
tas rocas que la bordan Pa medio de olas .. by 
Y e€spumosas. | 
—Verás, hermana mía, cómo nos divertimos. 
—¡Qué buenos son ustedes todos! 
% cos que te engañamos? 
  
  
 
	        
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