LA CIEGA DEL MANZANARES. 1075
tantos años... las mataría con sus ardientes refle-
jos, y entonces la ciencia no podría hacer nada
contigo; quedarías ciega para siempre... ¿compren-
des? ¡ciega!
—¡Qué horror! —exclamó la joven, retrocedien-
do y cubriéndose los ojos con las tibias manos.
—¡Adela, ten juicio! —la decía su hermana, aca:
riciándola, mientras que Luis Rivera la separaba
del balcón, diciéndola: ]
-—No destruya. usted en un momento la laborio-
sa Obra de nuestro querido doctor.
A A
Estas juiciosas observaciones la convencieron.
—SÍ, soy una toca—exclamó.—Perdónenme us-
tedes todos los que se han desvivido por mí... ya
veré... veré más que ahora... ¿no es verdad, doc-
tor?... lo veré todo... ¡qué ambiciosa!... ¡ahora me
parece poco lo que estoy viendo... y ayer estaba
ciega!... ¡
De pronto enmudeció, al mismo tiempo que se
daba una palmada en la frente, como si la asalta-
se en aquel instante un tardío pensamiento.
Empezó á mirar en torno de sí con ansiedad y
extrañeza, como buscando á alguno. |
Después de pasear sus ávidas miradas por todos
los ángulos de la habitación, exclamó: |
—Aquí no estamos todos... falta alguien...
—¿Que falta alguien? E :
—SÍ: una persona que completaría mi dicha...