LA CIEGA DEL MANZANARES. 1079
y ocasión de enterarme de lo que en ellos sucede,
y nada más natural también que haya podido com-
prender qué vida conviene hacer al penado para
no captarse antipatías ni crearse una situación in-
sostenible. Esto es lo que me propongo decirle en
su obsequio.
-—Y yo se lo agradeceré á usted en el alma por
sus buenos deseos—repuso Casimiro;-—por más,
señor alcaide, que me conceptuaría dichoso si un
- desalmado de los que forman aquellas familias hi-
ciera la obra de caridad de arrancarme esta vida |
que tanto me pesa. |
—Eso no debe usted ni aun decirlo: es usted jo-
ven; tiene protectores que pueden lograr su indul-
to; y, aunque así no fuera, cuando cumpla usted
su condena, aún le quedarán largos años de vida.
—S$í, de una vida miserable y deshonrosa; de
una vida de vergiienzas y de sufrimientos, pues
donde quiera que vaya, conmigo irá el estigma
del presidiario. y ]
-—-Vamos, Casimiro; no se empeñe usted en au:
mentar su desgracia con esos pesimismos.
—Es la realidad, señor alcaide; cuando un hom-
bre sale de cumplir condena, ¿con qué derecho,
con qué cara va á presentarse ante la sociedad?
—¡Qué tontería! ¡Cuántos hombres, después de
salir de un presidio de purgar sus delitos, se han
encumbrado! Pero dejemos estas consideraciones,
que á nada conducen, y Vamos 4 lo que por el.
pronto interesa: esto es, á los consejos y adverten-