desa.
1098 LA CIEGA DEL MANZANARES.
La carta tranquilizó á la condesa, y ésta, con
objeto de disipar la tristeza de Isabel, la dijo:
—No te aflijas: Luis vendrá después de comer.
Le conozco mucho, y sé que él no pasará un día
sin verte.
—Por eso no estoy tranquila, —repuso la joven
con acento de dolor.
—El ayuda de cámara del señorito Luis, —anun-
ció un criado desde la puerta.
—(Que pase, —repuso la condesa.
Y dirigiéndose á la enamorada joven, agregó:
—Vamos, ya tenemos á Mauricio, y ése forzosa-
mente ha de traer noticias de mi señor sobrino:
verás cómo no me equivoco.
El ayuda de cámara de Rivera, levantando el
portier con la mano izquierda, en tanto que con
la derecha sostenía su sombrero, exclamó con me-
líflua voz:
—¿Da vuecencia su permiso?
—Adelante, Mauricio.
El ayuda de cámara, haciendo mil reverencias,
penetró en el gabinete.
Como señal del respeto que las señoras le inspi-
raban, no se atrevía á levantar su mirada de la
alfombra.
—¿Qué novedades traes?—le preguntó la con-
Mauricio, tomando la grave entonación que le
- caracterizaba, repuso con servilismo:
- —Señooras, mi señorito me envía á decirlas que