1110 LA CIEGA DEL MANZANARES.
Más que argumentos, olanse gritos.
Todo el mundo crefase con derecho á usar de la.
palabra, y puede decirse que todos hablaban á
la vez.
Los pocos diputados que permanecían fieles al
Gobierno no se distinguían por su cordura, y en
aquella ocasión, más que favorecerle, le perjudi-
caban.
No sin grandes esfuerzos consigue el presidente
restablecer el orden.
Entonces uno de los diputados pide la palabra
para una cuestión previa, y el presidente de la
Cámara, queriendo dar un instante de descanso al
Gobierno, se la concedió. |
Pero ¡ay! aquel era el golpe de gracia que ibaá
darse al Gabinete.
Suscrita por triple número de firmas de las que
prescribe el Reglamento, el diputado presenta una
proposición pidiendo un voto de censura para el
Gobierno. j
Defiéndela brevemente y le contesta el presiden-
te del Consejo.
Nadie escucha su discurso, que es interrumpido
por los gritos de «¡á votar! ¡á votar!»
Los diputados que estaban fuera del salón acu-
- den á ocupar sus puestos.
El Gobierno pide que la votación sea nominal;
pero este recurso es inútil: el asunto está juzgado
de antemano. | |
Por una respetable mayoría, el Gobierno obtie-