Full text: Tomo 2 (002)

  
   
  
  
  
  
  
  
  
     
1146 LA CIEGA DEL MANZANARES. 
—¿Es de veras?—agregó Isabel afanosamente. 
—Sí. No temas que te engañe. 
—Gracias; no sabe usted cuánto se lo agra- 
dezco. 
Sobre todo, si no me oculta ninguna noticia. 
Aunque Rivera tenía poco tiempo disponible, un 
amante siempre puede robar algunos instantes al 
sueño para escribir á la que adora. 
En un principio, Isabel recibía casi á diario 
cartas de su prometido. 
En ellas, además de lo que es de rigor entre 
enamorados, la decía que no se afligiese; que aque- 
Mo era cosa de juego, sólo comparable con un pa- 
seo militar. | 
Desde que entraron en Cataluña, Rivera tuvo 
menos tiempo para escribir, y las cartas dejaron 
de ser tan frecuentes. 
Isabel, careciendo de noticias, cada vez estaba 
MÁS triste, sin que bastasen á devolverla la ale- 
gría, ni las palabras de doña Carolina y de Adela, 
ni las promesas del conde, que constantemente la 
repetía: 
—NOo ha sucedido nada. 
La división del Regente aún no ha tenido nece- 
sidad de disparar un tiro, ni espero que la tenga. 
—Pues los periódicos no dan tan buenas espe- 
- ranzas, —objetaba Isabel. 
de —Los poató MOR dicen lo :que quieren. 
  
    
      
     
  
  
 
	        
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