Full text: Tomo 2 (002)

     
    
    
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
   
     
    
    
    
    
    
    
     
1172 LA CIEGA DEL MANZANARES. 
De modo que ya veis; y la prueba de la verdad 
de mis palabras es, que hallándose los vencedores 
tan cerca de Madrid, no se han atrevido á inten- 
tar el avance. 
La comida terminó en silencio, y al poco tiempo | 
cada cual se retiró á sus habitaciones. $ 
... Antes de acostarse, Isabel leyó repetidas veces 
las últimas cartas de Rivera. 
Después cayó en el lecho; pero lejos de dormir- 
se, manteníase despierta. | 
Buscando el sueño cerraba los ojos, y entonces es | 
mil ideas eruzaban por su cerebro, ora tristes, Ó 
bien alegres. | A 
- En su imaginación retratábase la figura de Ri- 
vera con el semblante pálido, los ojos saliéndosele 
de las órbitas, y el pecho ensangrentado por el 
mortífero plomo. | 
Llena de espanto ahogaba un grito en su gar- | 
ganta, y cubríase el semblante con las manos. 
| Después, la fatídica visión trocábase en alegre, 
y contemplaba á Luis á su lado, oía las frases de 
- ternura que la prodigaba, y una sonrisa de inefa- 
ble dicha contraía sus labios. 
¡La infeliz tenía esa fiebre que produce la in- 
“tranquilidad! : 
o. . Rendida por élla, y sin que sus visiones la aban- 
a donasen, se quedó dormida. 
| , Tampoco el conde podía conciliar el sueño. 
a intranquilidad embar gaba su epica
	        
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