LA CIEGA DEL MANZANARES. 1185
i der al Duque que era inútil intentase disuadir pa su
¿3 ayudante de que le ACOMPAÑArA.
Solo en la estrechez de su camarote, y sin testi-
gos de vista, podía dar rienda suelta á su dolor.
Al hombre le es permitido llorar, pero es cuando
no le ve nadie, pues de lo contrario se le acusa de
cobarde. ¡Como si un alma bien templada estuviese
exenta de dolores! | |
Rivera lloró mucho, y después de secar su llanto
se puso á escribir á su amada.
—;¡Sabe Dios cuándo volveré á verla!—se dijo,
y tomando la pluma la escribió extensamente.
Después de esta carta, regada con sus IAGULIMas.
escribió otra para sus tíos.
En ella les recomendaba mucho á Isabel, di-
ciéndoles que si iba tranquilo, era porque su pro-
metida quedaba bajo su amparo. |
O
Imitando á Napoleón I, el Duque de la Victoria
publicó un Manifiesto al país, den] á Jordo qa: oi
Malabar. ) e ¡
E En él decía que la clvición ea dado 8 victo- AS
4 e ria á los reaccionarios, y que se alejaba de España. E
I por no sumir á su patria en una nueva guerra ei- ad
vil, y aconsejaba á SUS ale que. depusiesen
sus ATMAS. Ad a
Por fin el Malabar lovó anclas. ni
Las lonas pendier on 1 des su alta arboladura, 4 im
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