LA CIEGA DEL MANZANARES. 1199
Según lo que acabas de decirme, no tiene nece-
sidad de guardar cama. |
—Ninguna.
Doña Carolina adivinó en el. ¡ambientes de su es-
poso que algún disgusto.le mortificaba, y. agregó
con sobresalto:
—A tí te sucede algo grave.
—Tranquilízate. |
No es nada: ahora. te. lo dir; —la repuso condu-
ciéndola dulcemente á su despacho.
Después que se hubieron sentado, agregó:
—Cuando tuviste noticias de que Narváez iba Á
entrar en Madrid, me aconsejaste que me pusiese
4 en salvo. )
> - Entonces te contesté que no lo creía necesario,
puesto que hacía algún tiempo que no me mezcla- a
ba en la política, y que en esta ocasión huir, era lo
mismo que declararse culpable. |
Mas ahora las cosas han cambiado. :
Narváez empieza á demostrar lo que es capaz de
hacer, disponiendo que la policía proa á los ami-
gos del Duque. ) y
Doña Carolina ahogó un grito. de terror, al mis-
mo tiempo que la palidez teñía su semblante.
—No te asustes—agregó el conde cariñosamente. a
Por ahora no hay nada que temer.
—Entonces. . .—balbuceó doña Carolina. ¡ e
—Es por precaución—la interrumpió su esposo, a
no queriéndola referir lo que Mauricio le había con:
tado, para no aumentar sus : temores, ok