A
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a LA CIEGA DEL MANZANARES. — 1209
—No está en casa.
—¡Que no!—repuso el ayuda de cámara con
asombro. )
—No, señor.
—¿Estará la señora condesa?
—$Í, señor.
—Pásela usted recado. ]
Mauricio, que estaba cansado, se dispuso á es-
perar, sentándose en el banco del portero.
—En el mundo hay que andar más listo que una.
ardilla, y procurar que no nos ganen por la mano,
—pensaba.
¡Diantre con el ministerio López. No se descuida
en poner á la sombra á todos los que pueden estor-
barle. |
Y eso que prometía mucho respeto, mucha liber- |
tad, y todas esas zarandajas con que nos engañan |
nuestros políticos cuando necesitan que les apoyen.
En cambio, se olvidó añadir que iba á darnos e
mucho palo. e
Estoy seguro que esto, por no haberlo ofrécido, !
lo cumple al pie de la letra. A AS
Aquí llegaba Mauricio en sus reflexiones, cuan-
do le avisaron que la señora le esperaba. |
El ayuda de cámara se dirigió al gabinete del
condesa; al entrar hizo una profunda. reverencia. De
—¿Qué se te ofrece?
—+Señora, su excelenciá me ind: que tan os
pronto como supiese algo, viniera á darle. aviso...
—¡Ah, sí! | |
TOMO HL. A a a 152