LA CIEGA DEL MANZANARES. 11
La "Puerta le esperaba con impaciencia en los
escalones al lado de Adela, que seguía tiritando,
privada del escaso calor que la diera la chaqueta
de Casimiro.
—¿Qué hay?—preguntó. ]
—Ya está hecho—la dijo Leon, sin detenerse.—
Sígame usted.
Atravesaron la calle de la Montera, penetrando
en la de la Aduana.
Poco antes de llegar al café Francés que había
entonces á la entrada de: dicha calle, se detu-
vieron. i
—¿Y el portamonedas?—preguntó la Tuerta, ba-
jando la voz.
—En mi poder.
Aquélla le miró con orgullo, como la madre de
los Gracos á sus hijos cuando iban á morir; como
se mira á un héroe después de ejecutar la hazaña
que ha de inmortalizarle.
—¡ Tienes unas manos de oro!-—le dijo sonriendo
satisfecha,
—¡El portamonedas pesa!
—¡Buena señal!
—Debe contener una cantidad bastante crecida.
—¡ A ver! ¡á ver!
Los ojos de la bruja brillaban de sórdida co-
dicia. Ds .
Leon sacó el objeto deseado; su vista produjo en. |
ambos cierta sorpresa, que nada tuvo de agra-
dable.