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LA CIEGA DEL MANZANARES. 131
Entonces sacó del bolsillo el dinero que su ma-
dre le había dado para que huyese, y lo contó.
— ¡Veinte duros! —exclamó.—HEs lo suficiente
para trasladarme á Madrid; una vez allí, la Provi-
dencia me abrirá camino. | »
Aquel mismo día salió el joven con dirección á
la Corte.
A los diecinueve años, por mucho que haya sido
víctima del infortunio una persona, siempre se
abrigan oratas ilusiones; así es que Enrique for-
mó por el camino mil planes, y llegó á creerse
protegido por la fortuna y hecho un artista de
gran mérito.
En aquel delirio de su mente vió el joven abier-
tas las puertas de la gloria en donde eternamente
moran aquellos genios que, cultivando las artes,
han logrado entrar en el templo de la. Fama.
No tardó Enrique en caer en la cruel realidad;
al penetrar en Madrid, no tenía en sus bolsillos -
más que veinte reales.
— ¡Buen capital! —exclamó, mirando con despre- |
cio aquellas monedas. .:
Sin embargo, cuando una parte de aquel dine-
ro calmó su hambre, y cuando, gracias á él, tam-
bién pudo hallar albergue aquella noche, com-
prendió el valor de aquellas monedas y miró con
respeto grandísimo los seis reales que le queda-
Pa: y Ela coria toda su fortuna.
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