LA CIEGA DEL MANZANARES. 137
Enrique, al verse mimado por la fortuna cuan-
do más desgraciado se creía, no pudo contener su
llanto, y las lágrimas surcaron sus mejillas.
¿Hace falta decir que aceptó aquella recompen-
sa, con tanta delicadeza hecha? |
Desde -aquel momento fué el joven el secretario
particular del señor de Silva y Carvajal; pero co-
mo no había tales asuntos que despachar, ni mu-
cho menos negocios que estudiar, porque de esto
estaban encargados los administradores y apode-
rados de la casa, Enrique no tuvo otra ocupación
que perfeccionarse en la pintura, trabajando en
un estudio que se instaló en las habitaciones supe-
riores de la.casa de su protector, y que ayudar á
“éste en sus pesquisas en busca de nuevas joyas ar-
tísticas.
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