LA CIEGA DEL MANZANARES. 141
La formalidad de mi carácter, la rectitud de mi
conciencia, mi honradez indiscutible y la pasión
misma que por ella siento, ¿no son una garantía
para mi conducta en esta ocasión?
¡Ah! No debo vacilar. Elena, mi amada Elena
tiene derecho á conocer la primera todos mis
actos.
Corro á darla cuenta de estas desgracias que han
caído sobre nosotros, y seguramente en ella encon-
traré el valor, la fuerza y el aliento que necesito
para cumplir mi misión respecto de esa desgra-
ciada niña.
Decidido Lorenzo á poner en práctica su pensa-
| miento, salió de Palacio para encaminarse á la casa
E de su amada. $
| La Plaza de Oriente presentaba imponente as-
pecto. |
La noticia de la muerte de Landaburu había co-
rrido con velocidad pasmosa por todo Madrid, y el
pueblo por un lado, la Milicia nacional y las tro-
pas constitucionales por otro, habíanse apresurado
| á coger las armas para vengar aquel asesinato.
| : -+ Los guardias, atrincherados en Palacio, espera-
Él ban el ataque, dispuestos á defenderse, protegiendo
' así la huída de los demás destacamentos de la guar-
a dia, que estaba convenida. dh
| No sia gran tr abajo logró Lorenzo abrirse paso
_ por entre aquel inmenso gentío, Ya al fin llegó á la
casa de su prometida, | |