Full text: Tomo 2 (002)

   
  
  
166 LA CIEGA DEL MANZANARES, 
pueblo, eminentemente liberal, no se dejaba impo- 
ner por los absolutistas. 
Así pasaba el tiempo, devorado por la ansiedad 
y por el temor y con el alma contristada por el pe- 
sar. Cada día que pasaba sufría una nueva decep- 
ción. Su causa estaba muerta; su fuina, decretada; 
la libertad, perdida. 
Una tarde, apenas entró en su despacho, llegó á 
anunciarle un portero "que el ministro había dado 
orden de que sin pérdida de tiempo se presenta- 
se á él. 
Lorenzo, ante tan apremiante disposición, se 
apresuró á cumplirla, y breves instantes después 
se hallaba al lado del ministro. 
—¡Ah, es usted! —dijo éste al verle llegar.—Me 
alegro infinito de que no me haya hecho usted es- 
perar. Venga, amigo Bueno, á esta otra habitación, 
que estaremos mejor. 
Y Lorenzo, precedido del ministro, entró en un 
pequeño despacho, donde, una vez que hubieron 
los dos tomado asiento, le dijo su jofo: 
—Señor Bueno, el Gobierno, y la causa santa que 
defendemos, necesita de usted. Hace falta un hom- 
bre dispuesto á sacrificarse por el bien de la patria, 
que no abrigue temor ninguno, y que sin reparo 
se arroje en medio de un mundo de conspiradores, 
penetre en sus planes, descubra sus secretos, y lo- 
gre hacer que fracase la conspiración que se trama. 
Es condición precisa que ese hombre posea dos 
idiomas: el francés y el inglés; pues se cree que 
  
  
  
  
  
   
 
	        
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