LA CIEGA DEL MANZANARES. 167
agentes de esas dos naciones estén al frente de la
conjura.
El ministro de la Gobernación me ha encargado
que busque la persona que tan buen servicio ha de
prestar á la libertad, porque ¿élno la encuentra en-
tre todo el personal que dispone. Del jefe político,
no hay que decir que trabaja en este mismo senti-
do; pero por su cuenta, aislado, pues no es cosa de
que en manos de policías y de serviles se ponga
nuestra causa.
Yo he pensado desde el primer instante en ustod,
conociendo sus valiosos méritos y sabiendo hasta
qué extremo es capaz de sacrificarse por la liber-
tad. ¿Me he equivocado? ¿Acaso rehusa usted la de-
licada misión que voy 4 indicarle?
—¿Cómo he de rehusar, si así me lo ordena mi
deber, y cuando así me lo aconseja mi amor á la
Constitución? |
—No esperaba menos de usted —contestó el mi-
nistro, estrechando la mano de Lorenzo.—Ahora,
amigo mío, voy á entregar á usted las notas que
mi compañero el de Gobernación me ha dado. Hs-
túdielas usted, y á su buen juicio, á4 su penetración
y á su celo queda confiado el éxito. Sólo una c08a
le recomiendo: una prudencia exquisita. Tenga
presente que en esta empresa va ] ugada, más que
su vida, la de la libertad.
Es la última batalla que libramos. Sevilla no
nos es adicta. El triunfo de nuestros enemigos ha
puesto á este pueblo de su parte, y si el peligro no