109 LA CIEGA DEL MANZANARES.
—Toma, curra —le dijo Juan cuando llegó la
chica — esta caña — y le alargaba una, — por mi
amigo, que es el muchacho más templao, más hon-
radote y más bueno que come pan en toda la re-
dondez de la tierra.
—Y muy guapo;—añadió la chica, fijando en él
sus hermosos ojos negros. :
—Eso, curra, no eres tú la llamada á decirlo, á
menos que renuncies á mis quereres.
—¿Pero eso llegará alguna vez?
—De esos depende; — contestó Juan, señalando
nuevamente hacia el fondo. ES
—Pues si en esos consiste, no pasará mucho
tiempo, porque la cosa marcha. Esta noche...
precisamente se está dando la última mano al
asunto.
—¡Demonio!—exclamó Juan.-- Y nosotros, que
veníamos á comunicar noticias muy importantes,
y estamos aquí... luego dirás, curra, que tu Juan
no te quiere; ¡maldito sea el primer liberal del
mundo! y :
—¡Cálmate, hombre; no te oiga alguno de esos
negros que desde Madrid se nos han colado por
acá! | i
—¿Cómo me voy á calmar, si con la prisa ni si-
quiera me he acordado de leer la contraseña para
esta noche?
—¿Y por eso te apuras?
—¿Te parece que no tengo motivos?
—Pues claro. Anda para dentro, y con decir al