LA CIEGA DEL MANZANARES. - 189
De esta suerte viviremos el tiempo que se pue-
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—Esa proposición — interrumpió pl señor de
Bueno—no puedo aceptarla.
—Dispense usted, amigo mío, que le pregunte
por qué razón. |
—La razón es bien fácil: porque no estoy en el
caso de aceptarla.
—¿Es decir que se subleva su orgullo de usted?
—Mi orgullo precisamente, no; pero yo creo
que mientras pueda...
—Caballero, no son estas circunstancias de las
que permiten esos alardes de mal entendido orgu-
llo. Yo no le hago á usted favor ninguno, ni reall-
zo ninguna obra meritoria; no hago más que de-
fenderme y cumplir con un deber, con un jura-
mento que hice á mi mejor amigo. ¿Por qué, pues,
ve usted en lo que nada de particular tiene, la in-
tención de rebajarle? |
—Francamente: no creí nunca que se me trata-
ra así por el que se llama padre de la mujer que
adoro. 0 |
—Enrique, no interpreta usted mis palabras
bien. | | |
—De ellas deduzco una negativa,
—No lo es, sin embargo.
—No comprendo entonces...
—¿Cree usted, Enrique, que yo puedo permitir
que habite bajo el mismo techo que su prometi-
da? Harto sé que usted es un hombre honrado y