202 LA CIEGA DEL MANZANARES.
rable quedó solo para madurar su plan: el ataque
contra la desgraciada familia, bajo cuya protec-
ción vivía Ángela.
—¡Ah, paloma! —exclamó.—Ahora sí que no es-
capas de mis garras; el milano, este pobre e joroba-
do á quien miras con desprecio, va á hacer de tí su
presa. Ahora sí que no escapas, ahora sí que Voy
á poner coto á tus burlas y desprecios.
Yo no sé si te amo ó si te odio; pero arrastrado
por la impetuosidad de la sangre, veo en tí un ser
irresistible, de encanto constante, de seducción in-
finita, y la caricia ha llegado á ser para mí el más
ardiente, el más completo, y el más infinito de los
placeres. |
Yo amo la caricia sabrosa como el vino que ale-
gra, como el fruto maduro que perfuma la boca,
como todo lo que penetra en nuestro cuerpo de
bondad, y dejo á los moralistas predicar el pu-
dor, á á los médicos la prudencia, y á los poetas,
siempre engañadores y siempre engañados, cantar
la unión casta de las almas y la dicha inmaterial.
¿Qué crees, orgullosilla mujer, que te vanaglo-
rias de despreciarme, qué crees? ¿Piensas que yo
busco en tí el amor? No; ya sé que no puedes amar-
me por mi figura; pero sí que puedo obtener tus
caricias, aunque forzadas, y lo he de conseguir.
Mientras así pensaba aquel miserable, había co-
- locado sobre la mesa un pliego de papel y un sobre.
de Luego, recog iendo por un instante su al |
| to, escribió las sig pulentes líneas: a