s
LA CIEGA DEL MANZANARES. 210
— ¡Ah! Esto es inaudito. Un hombre como éste,
una fiera así, que venga á labrar la desgracia de 3
una familia.
—¡Bravo, bien, muy bien!
bre, cuyo corazón estallaba de rabia al verse ata-
cado cuando pensó que se le pediría clemencia. —
¿Conque soy el hombre más infame, más ¡vil, más
fiera? ¡Y vea usted qué desgracia! Una mujer tan
guapa, tan angelical, tan hermosa, va á ser desde
hoy la querida de un hombre como yo.
—¡Yo! :
—Tú, sí, paloma. Pues ¿qué creías?
—¡Eso es imposible!
—Para mí no hay nada imposible..
—¡Esto lo será!
—Te equivocas.
—Huiré.
—No es fácil, porque yo estoy para impedirlo.
—Me daré muerte antes de que toquéis 4 uno
solo de mis cabellos. |
—Tampoco es fácil, porque para. darse muerte .
exclamó aquel hom-
es preciso tener un arma, y tú no la tienes.
—Pero Dios mío, ¿qué he hecho yo para que me
trate usted así?
—Poca cosa, 6, mejor dicho, nada: ¿estamos? .
Conque vamos á ver, échate un pañuelo por los
hombros y acompáñame á mi casa, que desde hoy
va á ser la tuya. |
—¿Estáis loco?
-—Querdo y muy cuerdo.