214 LA CIEGA DEL MANZANARES.
—Sois un miserable.
—Ya lo sé; y una fiera: pero á pesar de eso se-
rás mi querida.
—'¡Canalla, eso... nunca! —y así diciendo Ange-
la, corrió á una mesa inmediata, y asiendo con sus
manos un grueso florero, gritó:
—Si os aproximáis, os rompo la cabeza,
—¡Hola, hola! ¿Conque esas tenemos?—repuso
el jorobado, y dando un salto se precipitó sobre la
joven apretándola convulso entre sus brazos.
—¿Y ahora? ¿Quién te defiende, paloma mía? Y
qué hermosa estás con esos ojos que respiran odio.
¡Olé! Déjame que los bese, déjame. ..
El jorobado no pudo terminar la frase, y cayó
al suelo bañado en un mar de sangre.
—¡Enrique! —gritó Ángela.
— ¡Alma mía! He llegado á tiempo de salvarte.
La joven cayó al suelo de rodillas, y elevó á
Dios una plegaria. ( (
Enrique mientras tanto miraba horrorizado sus
manos tintas en sangre, y preguntaba á su con--
ciencia: ¿acaso he cometido un crimen?
¿Cómo se explica la presencia del joven en aquel
crítico momento en que el honor ó la vida de su
amada corría tan inminente riesgo?
.. A