LA CIEGA DEL MANZANARES. 28%
bro, tales las angustias que sufrió, que sólo una
naturaleza joven como la suya y una constitución
como la de que la Providencia la había dotado,
pudo soportar aquellos sufrimientos.
El recuerdo de Ángela no se apartaba de su me-
moria, y se le presentaba la joven confiada á la
brutal pasión de aquella fiera, causa de sus pesa-
res, y veía á su padre confundido con lós crimina-
les en un calabozo, y á su Lorenzo rodeado de pe-
ligros allá en Andalucía, y, yendo de una en otra,
su imaginación no descansaba un momento, y sus
fuerzas debilitábanse ante el dolor y la desespera-
ción.
¿Qué porvenir la esperaba? ¿Había de permane-
cer encerrada en aquella prisión? ¿No volvería á
ver á su padre? ¿Había de recurrir al hombre á
quien amaba?
| ¡Ah—pensaba, —si yo pudiera avisar á Loren-
ZO; si hubiera probabilidad de escribirle, de pin-
tarle mi situación, él acudiría en mi socorro, lu-
Charía con todo, y me devolvería mi libertad, para
juntos los dos, unidos nuestros esfuerzos, salvar á
mi padre, á mi infeliz padre, y correr también á
socorrer á mi desgraciada Ángela.
¿Y Enrique? Oh, Enrique podía acudir en mi
auxilio; su posición oficial, su influencia; pero no,
no,—se decía retorciéndose sus diminutas manos
en medio de su desesperación.—Ese hombre, ese
| jorobado, es una persona de gran prestigio, tiene
mucho poder; ya se lo anunció 4 Angela, y los es-