LA CIEGA DEL MANZANARES. 261
ditana, hallábase Lorenzo disponiendo su escaso
equipaje para trasladarse á Madrid.
—¿Se puede pasar? — dijo una voz en la puerta
del cuarto que ocupaba.
Era Juan el Miliciano el que había llegado.
—Adelante, Juan; —le contestó el joven.
Entró el Miliciano con aspecto de una gravedad
rayana en cómica, y llegando hasta su teniente
como él llamaba siempre á Lorenzo, le dijo:
—¿Conoce usted, mi teniente, el suceso cn trae
alborotado á Cádiz?
—¡Alborotado 4 Cádiz! ¿Pues qué pasa? —pre-
guntó Lorenzo. |
—Tome usted, y entérese de lo que puede la
perfidia de un hombre. ¡Después hablan de las
mujeres; el hombre que sale malo y falso, es peor
- Mil veces que la peor mujer!
—Pero vamos, hombre, trae ese periódico, yá
ver el por qué de esas filosofías con que te vienes á
estas alturas del día; — dijo Lorenzo, quien, á la
sola idea de que iba á ver á su prometida pronto,
se encontraba alegre y hasta cierto punto satis-
fecho. | E
El Miliciano entregó á Lorenzo el periódico que
tenía en la mano, y, fija la vista en el joven, espe-
ró á ver el efecto que el nuevo Manifiesto le Cau-
saba. | va
Lorenzo, que comenzó á leer casi con indiferen-
cia los primeros párrafos del preámbulo, á medida
que avanzaba en la lectura sentía arder en ira su