LA CIEGA DEL MANZANARES. 2205
es peor mil veces que los peligros que pueda arros-
trar al lado de los seres que amo.
—Es que hay un medio, mi teniente, de conci-
liarlo todo.
—A ver cuál; te confieso que á mí ninguno se
me ocurre. a
—Desde luego abandonamos á Cádiz, cuanto an:
tes mejor, porque lo que es yo no las tengo todas
conmigo. |
—¿En qué fundas tus recelos?
—En el regocijo con que han recibido esos perros
realistas el nuevo decreto de su amo, y además en
ciertas conversaciones poco tranquilizadoras que
he escuchado. Pues como iba diciendo, dejamos á
Cádiz, y con nombres supuestos, y como buenos
realistas, nos encaminamos en la diligencia ó en las
galeras, donde podamos, á Toledo, donde tengo yo
familia y amigos. Luego me traslado á la Corte,
busco á su familia de usted, les digo que está us-
ted sano y salvo, y que esperen un poquito mien-
tras las gentes se calman y la persecución se en-
tibia, y pasado algún tiempo, conseguido esto, us-
ted se vuelve á Madrid y yo me quedo tranquilo
en Toledo, de donde no debí salir nunca, que otro
gallo entonces me cantara, y ni hambres ni fatigas
hubiera pasado.
—Tu plan es bueno, Juan, lo confieso, y en otras
circunstancias lo adoptaría; pero me precisa ir á
Madrid. Esto no obstante, si esos peligros de que
hablas, realmente uxistiesen, cuando de ello me
TOMO IL | 34 E