LA CIEGA DEL MANZANARES. 281
—¡Un ciudadano! —exclamó á su vez el sargen-
to.—¿Ciudadano, eh? Pues ya te:daré yo ciudada-
nía. ¡A ver tú, Pepín—gritó á uno de los volunta-
rios realistas, —coge á este negro y :llévale á la
cueva, donde te quedarás vigilándole.
Lorenzo, rojo de ira, quiso resistir; pero un fuer-
te golpe que con la culata de la escopeta le des-
] cargó uno de los voluntarios, le hizo comprender
que no debía oponer por más tiempo resistencia á
la tiranía de sus opresores.
- Juan desde el dintel de la puerta de la posada
presenciaba esta escena, y cuando vió que se lleva-
ban á Lorenzo, convencido de que lo pasaría muy
- mal si se presentaba, decidió alejarse precipitada-
mente de aquel sitio, no sin cargar antes con la
_maleta de su teniente, donde éste guardaba sus
ahorros y su ropa.
Hízolo así, y como el que huye de la quema, no
tardó en emprender vertiginosa carrera por la ca-
rretera, desandando una pequeña parte del terreno
que había corrido en la diligencia, hasta llegar á -
una venta, donde penetró diligente.
Pidió una habitación para descansar, y una vez
-allí, procedió á registrar la maleta, de la cual sacó
un bolso con dinero y un levitón de Lorenzo que
se puso y que le llegaba hasta los talones.
—Muy bien—dijo mirándose de arriba abajo, —
nadie dirá que no soy un sacamuelas de nacimien-
to: ahora lo que necesito es un medicamento que
todo lo cure. 38