LA CIEGA DEL MANZANARES. 279
En ese pueblo, como en casi todos, una onza
debe despertar la codicia de cualquier ciudadano,
por muy realista que sea, y ¡quién sabe! Después
de todo, los muros de las cárceles de un poblacho
no pueden ser muy espesos. Soltaré la lengua,
pondré en juego el dinero, y, en último caso, ex-
pondré el pellejo; pero lo que es el hijo de mi ma-
dre no sale del pueblo sin el prisionero; como me
llamo Juan, que esto es tan cierto como el evan-
gelio que se dice en la Misa. 4
Así pensando, llegó nuestro curandero á la. posa-
da, donde, como era natural, nose hablaba de otra
Cosa que de la prisión de Lorenzo.
—i¡ A: la paz de Dios, señores! —gritó desde la
- Puerta el Miliciano.—¿Hay posada para el primer
curandero del mundo? Señores, saco muelas sin do-
lor; curo las enfermedades del hígado, del estóma-
go, del pecho, de la garganta, de la boca; el asma,
la bidropesía, el cáncer, el sarampión, la viruela;
á mi lado no hay enfermos. Tengo también pasti-
llas para matar chinches, correderas, polilla y toda
clase de insectos, hasta negros inclusive.
Esta última palabra que había costado gran
trabajo pronunciar al Miliciano, provocó la hilari-
dad de cuantos se hallaban en la posada.
—Adelante, buen amigo—le dijo el dueño de la
venta; —pase el cúralotodo, y espere, que voy á
darle un vaso de vino para que refresque. |
- ¿— ¡Bien por los venteros rumbosos!-—exelamó :
Juan, internándose en la venta y saludando con