LA CIEGA DEL MANZANARES. 285
queriendo desperdiciar la ocasión, — ¿tiene usted
inconveniente en que nos bebamos un par de ds
del mejor vino que aquí se venda?
Roquecillo quedó parado por el pronto, Lo que
había oído contar del Miliciano á los mozos del pue-
blo se lo hacía antipático, y seguramente habría
respondido con una negativa, si Juan, al ver su
vacilación, no hubiera añadido á su oído estas pa:
labras: j
—Entre usted; tenemos que hablar de algo que
á los dos nos interesa.
Entró sin contestar en la posada el hijo del car-
celero de Lorenzo, pasó al cuarto de Juan, y una
vez cerrada la puerta y llevado el vino que habían
de consumir, dijo el segundo á Roquecillo:
—Amigo mío, yo soy un hombre muy franco, y
no me gusta andar con rodeos. Sé que usted no es
mozo que se asusta fácilmente; conozco su manera
de pensar en cuanto á política, y no ignoro tampo-
co que si usted fuera hombre que contara sobre sus
ahorros un par de miles de reales, se casaría en se-
guida con una morena vecina suya, que es induda-
blemente la mejor moza del pueblo. |
—¿Cómo ha sabido usted todo eso, cuando ape-
nas hace tres días que está en la villa? — exclamó
asombrado Roquecillo.
—El cómo lo he sabido, no es. cosa , que debe im-
portarle; el caso es que lo que le he dicho es cier-
to; ¿no es verdad? | ]
—S$Í, señor.