292
—Creo, Juan, que por precaución debías darme
otro nombre. Un paleto, al cual otro le llama te-
niente, está expuesto á que le prendan, y no deseo
que me encierren en otra cueva por el estilo de la
del tío Camacho, que Dios confunda.
— Amén. +
—Si me pescaran de nuevo, no sería fácil que
tus milagrosas pastillas dieran resultado.
—Tiene usted razón, mi teniente.
—¡Y dale! Mira, lo mejor es que me llames Lo-
renzo á secas, y así estamos libres por ese lado de
que nos cojan presos, que, como ves, ando recelo-
so, por lo mismo que tú has dicho «que de los es-
LA CIEGA DEL MANZANARES.
carmentados nacen los avisados.»
—Decía, Lorenzo, que, volviendo á mi tema, no
debemos regresar ahora á Madrid. Alí las cárceles
están bien dispuestas. Hay llaves y cerrojos al por
mayor que no se abren muy fácilmente, y tam-
bién guardias que no se compran por dos mil rea-
les como á Roquecillo. De suerte que si en Madrid
le atrapan..
.—Me es regio, Juan, ir á la Corte.
—Pero figúrese usted que la policía anda allí
husmeando liberales, y particularmente á los que
regresan de Cádiz. 0
—No es fácil que me conozcan.
.—Al contrario; yo lo creo lo más natural del
mundo. Esos perros están deseando vengar á su
rey del cautiverio en que dicen lo tuvimos, y con-
tra nosotros principalmente van sus persecuciones.