298 LA CIEGA DEL MANZANARES.
desde luego y continúo admirado de tu previsión
é ingenio. |
—Usted me favorece con sus elogios.
—Te hago justicia, Juan, pero no como la hacen
esos bárbaros.
En aquel instante, y como si contestaran á las
palabras de Lorenzo, se oyó un grito terrible, que
más parecía rugido de fiera que voces humanas.
Riego acababa de morir en la horca como ceri-
minal empedernido; que el odio de los realistas les
llevó hasta el extremo de dar tan afrentosa muerte
al héroe de las Cabezas de San Juan.
- Como observaba el Miliciano que estaban lla-
mando la atención de algunos grupos, se decidió á
entrar en la posada, mientras Lorenzo seguía su
camino por la calle de Toledo hacia la Plaza Ma-
yor, á cuya entrada convino en esperar á Juan.
No tuvo que aguardar mucho tiempo. Dos mi-
nutos después se le reunía el Miliciano.
—i¡No se lo dije! —llegó diciendo éste.—El jefe
político ha dispuesto no se dé posada á nadie que
no presente sus papeles corrientes, y aquí me tiene
usted. Ahora, ¿puede saberse á dónde vamos?
—Vamos á la casa de mi padre. |
—Vamos adonde usted mande.
—Pienso, Juan—dijo Lorenzo cuando ya esta-
ban próximos á la casa donde se dirigían, —que no
conviene que me vean los vecinos que ya me cono-
cen. Lo mejor será que tú te llegues á preguntar
por mi padre. | | | |