Full text: Tomo 2 (002)

    
  
  
  
  
    
298 LA CIEGA DEL MANZANARES. 
desde luego y continúo admirado de tu previsión 
é ingenio. | 
—Usted me favorece con sus elogios. 
—Te hago justicia, Juan, pero no como la hacen 
esos bárbaros. 
En aquel instante, y como si contestaran á las 
palabras de Lorenzo, se oyó un grito terrible, que 
más parecía rugido de fiera que voces humanas. 
Riego acababa de morir en la horca como ceri- 
minal empedernido; que el odio de los realistas les 
llevó hasta el extremo de dar tan afrentosa muerte 
al héroe de las Cabezas de San Juan. 
- Como observaba el Miliciano que estaban lla- 
mando la atención de algunos grupos, se decidió á 
entrar en la posada, mientras Lorenzo seguía su 
camino por la calle de Toledo hacia la Plaza Ma- 
yor, á cuya entrada convino en esperar á Juan. 
No tuvo que aguardar mucho tiempo. Dos mi- 
nutos después se le reunía el Miliciano. 
—i¡No se lo dije! —llegó diciendo éste.—El jefe 
político ha dispuesto no se dé posada á nadie que 
no presente sus papeles corrientes, y aquí me tiene 
usted. Ahora, ¿puede saberse á dónde vamos? 
—Vamos á la casa de mi padre. | 
—Vamos adonde usted mande. 
—Pienso, Juan—dijo Lorenzo cuando ya esta- 
ban próximos á la casa donde se dirigían, —que no 
conviene que me vean los vecinos que ya me cono- 
cen. Lo mejor será que tú te llegues á preguntar 
por mi padre. | | | | 
  
  
  
 
	        
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