LA CIEGA DEL MANZANARES. 299
—Me parece muy en razón lo que usted dice.
—Pues entonces, andando.
Poco tiempo después decía Lorenzo á Juan:
—Esa es la calle; pregunta por el número veinti-
Cinco; sube al piso segundo, y le dices á mi padre
que le espero en este sitio. No tardes, que la impa-
Ciencia me devora.
Juan llegó á la casa donde en otro tiempo vi-
vió Lorenzo. Preguntó por el señor de Bueno, y
le contestaron que hacía meses que no vivía en
aquella casa.
—¿Y no sabe usted á dónde se ha mudado? —
Preguntó. :
—Cualquiera lo sabe. Cuando se marcha un ne-
8T0, no dice nunca á dónde se muda;—le contestó
Una mujer que desempeñaba en la casa el papel de
Portera.
—¿Un negro, dice usted?
—Y de tomo y lomo. Ya ve usted, su hijo se fué
á Sevilla cuando se llevaron al rey. Por supuesto.
que ya pagará su delito.
—Sin duda yo estoy equivocado—dijo Juan, que
á toda costa quería evitar hacerse sospechoso. —El
Señor Bueno por quien le pregunto no tiene ningún
hijo, sino tres hijas.
—Pues lo que es de esas 5 señas no ha vivido na-
die en esta casa.
Despidióse Juan de aquella mujer, y se ee á dar
_“uenta de su misión á Lorenzo.
—Veo que vas teniendo razón, Juan, y que va