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tamente resuelto á encontrar al padre y á la pro-
metida de sú teniente.
Larga fué la conversación que sostuvieron; tan-
to, que eran más de las seis de la madrugada
cuando Juan, salió del cuarto de Lorenzo.
Eso sí; éste había referido al Miliciano casi toda
la historia de su vida: le había hecho escribir los
nombres y domicilios de sus amigos, los sitios que
solía frecuentar su padre, las amistades de la fa-
milia de su prometida, y, sobre todo, las señas y
domicilio de Enrique, el nombre de su protector, y
todo aquello que podía servir á Juan para las pes-
quisas que iba á emprender.
Confiando en su buena estrella, y un tanto tam-
bién en su ingenio, salió el Miliciano aquella ma-
ñana de Toledo en dirección á Madrid.
Pero esta vez no viajaba en burro, ni vestía de
arriero, ni iba indocumentado.
Caminaba sobre un buen caballo, vestía un tra-
je de los suyos, y llevaba los documentos perte-
necientes á uno de los oficiales del taller de su
amigo.
Antes de pasar adelante, hemos de dedicar al-
gunas líneas al señor Ramón, el dueño de la casa
donde Lorenzo quedaba hospedado.
Hombre de rectas ideas y de sentimientos nobi-
_lísimos, habíase afiliado al partido liberal, al que
prestó, siempre que pudo, end su entusiasmo y
hasta sus intereses.
El señor Ramón cifraba en el trabajo todo su
LA CIEGA DEL MANZANARES.