LA CIEGA DEL MANZANARES. 313.
—Pues amigo, siento no poderle complacer, pero
Ignoro.
—Dioa usted, ¿podía yo ver al señor de Silva?
—No es fácil; pero si usted quiere que le pase
recado...
—Se lo agradecería mucho.
Desapareció el portero, y breves instantes des-
pués volvía diciendo: | | |
_—Suba usted; el señor le va á recibir.
—Gracias; —repuso Juan, subiendo la ancha es-
calera que conducía á las habitaciones superiores
Ocupadas por el señor de Silva. i
—¿Qué se le ofrece? —le preguntó el protector de
Enrique al verle. |
—Señor, sirvo á las órdenes de don Lorenzo Bue-
no, amigo íntimo de don Enrique Velarde, á quien
busco con interés grandísimo, y creyendo que us-
ted puede indicarme su paradero, me permito di-
rigirle este ruego.
—Difícil es que pueda usted verle.
—Señor, no se trata más sino de hacerle una
pregunta. El debe saber dónde vive la familia del
Señor de Bueno; es decir, su padre y su prometida.
—¡Ah! ¿No es más que eso lo que tiene usted
- Que preguntarle? |
—Nada más, señor.
—Pues en ese caso no tiene que molestarse en
buscarle. El señor de Bueno habita en la calle del
Mesón de Paredes, número 15. |
—¡Ox, señor! Usted no sabe lo que mi amo le
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