338 LA CIEGA DEL MANZANARES.
tremado, y Lorenzo, al sentir la impresión de la;
helada que caía, puede decirse que recobró el co-
nocimiento. |
Entonces pudo reflexionar acerca de: su situas
ción.
¡Pobre esposa mía! —exclamó.—¡Cuándo cesará
tu sufrimiento! !
Durante largo tiempo continuó su camino pen-
sando si guardar silencio, ó si revelar á Elena la
escena en que había desempeñado tan principal
parte.
¡No; disimularé! —exclamó después de largas re-
fexiones.—¡En un día como hoy darla' esa nueva,
sería imperdonable!... Tiempo tiene de enterarse.
La pobre me espera confiada en que habré cobrado.
parte de la paga de Enero... ¡Ah, Dios mío, Dios
mío, dadme paciencia para soportar las pruebas de
que me sometéis!
Poco tiempo después, gracias 4 un esfuerzo
erandísimo, lograba dominar su desesperación
y hacer sonar la campanilla de la puerta de su
cuarto...
Elena salió á abrirle, y cuando hu bo entrado se
arrojó en sus brazos, diciéndole entre satisfecha Y
ruborosa. 0%
Lorenzo, mis sospechas parecen confirmarse;
creo que VOy á ser madre. E
Tú! —exclamó Lorenzo como si le hubiesen
atravesado el pecho con un puñal. —¡Tú!—repitió
mesándose los cabellos. —Imposible, imposible.