342 LA CIEGA DEL MANZANARES.
Aquella desdichada familia vivía poco menos
que de milagro.
Al fin Elena se encontró restablecida y pudo
Lorenzo nuevamente dedicarse á buscar trabajo:
Ya no pretendía ni dar lecciones de idiomas, ni
desempeñar ningún puesto en oficina, ni siquiera
una colocación de portero ú ordenanza. Buscaba
trabajar en cualquier cosa, aunque fuera de peón
de albañil; pero las privaciones, los disgustos, el
hambre, que también hambre había pasado, tanto
habían debilitado sus fuerzas, que le era de todo
punto imposible amasar tierra, ni subir cubos de
mezcla en una obra. |
No parecía sino que el hado, la fatalidad, se com-
placían en extremar sus rigores contra aquellos se-
res tan desgraciados como dignos eran de ser fe-
lices. (
Sin alimentos, sin ropas, sin calor en el hogar,
diríase que estaban condenados por la Naturaleza
á morir de un modo horrible.
Era una terrible noche del mes de Enero.
El cielo, que desde por la tarde había ido cu-
briéndose de nubes, comenzó á descargar grandes
copos de nieve, haciendo descender la temperatura
á un punto inaguantable.
Madrid se había envuelto en un blanco sudario.
Elena y Lorenzo, en un rincón de la que en otro
tiempo fué su alcoba, hacían esfuerzos sobrehuma-
nos por dar calor á su hija, cuyas carnes estaban
- amoratadas por el frío. | | )