LA CIEGA DEL MANZANARES. 383
Llevaba una noticia importantísima á fuerza de
ser estupenda.
La señora que bajaba con Isabel, de quien se
despidió en el portal con un estrecho abrazo, al to-
mar un carruaje en la calle del Pez había dicho al
cochero:
—¡Al Congreso! | |
¿Podía dudar nadie, apreciando bien este dato,
que en todo aquello estaba complicado el Gobierno.
¿De qué modo? |
Difícil era saberlo.
En eso estribaba el quid, ese quid obscurum que
dirige los grandes ácontecimientos.
Ello es que la calle de la Madera ardía de extre-
mo á extremo, y aunque había muchos pareceres,
diametre almente opuestos como sucede en tales ca-
sos, todos convenían tácitamente en un punto im-
portante: | y | ;
En que nadie sabía una palabra de lo que pa-
saba, pero que debía ser muy, grave. |
A todo esto doña Gnmersinda desembocaba por
la esquina de la calle del Espíritu Santo. |
Había estado en casa de fray Melitón esperando
que terminara su siesta rin; consultarle un caso
de conciencia.
Después asistió, en calidad de público, á un
bautizo que por casualidad vió. entrar en la iglesia >
de se: Idefonso.