392 rl CIEGA DEL MANZANARES.
ajenos; bastante tenía con asistir á su marido.
Doña Gumersinda volvió 4 insistir, pregun-
tando: |
—¿Conque la choca el aspecto que presenta la
calle esta tarde? |
Pero la viuda no se acordaba ya de haber expre-
sado tal idea.
—Bi—contestó distraída, poniendo el pie en el
¡ PEOR escalon.
La anciana volvió 4 detenerla,
—Un momento —dijo.
—¡Si supiera usted, doña Gumersinda, qué can-
-sada vengo! He corrido esta tarde medio Madrid;
de modo que estoy deseando subir á mi casa. Alí
podremos hablar con más comodidad. -
—SÍ... cierto... de todos modos... pero vale más
esperar aquí.
—¡Esperar! ¿El qué?
de —Nada...
—Pues entonces. | |
| —Vamos, vecina; ¿quiero usted mucho ála jo-
ven Isabel?
—¡Vaya una pregunta! Usted, que sale y entre
con frecuencia en mi casa, lo habrá JOnprsgo AS
sobra.
_—En efecto... me parece que... Isabel es muy
buena chica. ]
—Tiene cualidades rimas. .. el que la hable
una vez queda enamorado de su trato.
-. Eso me ha sucedido á mí.
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