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Y
LA CIEGA DEL MANZANARES. 41
—Desco que usted la vea y la hable con un pre-
texto cualquiera. | |
—iAh!... no: eso equivaldría á dudar de tus pa- ]
labras.
—Pudiera yo haberme equivocado y hablar papa
sionadamente. j
_De cualquier modo, quisiera que usted la viese
Sin que ella pudiera apercibirse de que es usted.
parte interesada. Una señora, bien puede visitar la
casa de una costurera con pretexto de encargarla a
labor. la ? ? ] a
Y el joven ¿aos una dé sus tarjetas, apúntañido
on el reverso el nombre de su amada y las señas
- de su domicilio, entregándosela á su tía.
Esta permanecía meditabunda, en la inteligen-
cia de que su sobrino no exageraba cuando d tal |
prueba ponía su amor.
De esto resultaba una cosa bastante original.
- Siendo su tía la encargada de reducirle á que
- sancionase con su obediencia los proyectos del mi=
_histro, era él el que acababa de reducir á su tía E
_atrayéndola á su partido.
La condesa dijo, eno de aquel e ensimisma pe
miento:
—¿Pero todo esto es formal? ¿Quieres mall ds de
esa joven la compañera de toda tu vida?
—Cuando la libré de las redes que la tendía el. ,
marqués exponiendo mi existencia, no había de
Ser para seducirla yo; en ese caso mi conducta hu- )
biera sido tan infame como la de: su raptor.
POMO. e: