424. LA CIEGA DEL MANZANARES.
—No está en casa: yo me despediré en tu nombre.
—Conforme; pero ¿voy á irme sin más ropa que
la puesta?
Necesito arreglar algo de equipaje.
—Te repito que no hay tiempo que perder. Es
un asunto urgentísimo.
—No lo niego—repuso el capitán, decidido á des-
pedirse de su amada; y en tono enérgico insistió:
¡Pero porque retrase mi salida una ó dos horas,
no ha de malograrse mi misión! |
Además, todo se reduce á que los caballos corran
algo más de prisa.
Ante esta contestación el ministro no tuvo otro
remedio que darse á partido, y repuso:
—Con una hora tienes bastante pon arreglar la
maleta.
Los solteros necesitáis poco equipaje.
—Yn ese tiempo no puedo hacer nada.
Necesito proveerme de fondos y arreylar alg u-
nas otras cosas. :
El de Magaz dirigió una mirada interrogadora á
su sobrino.
—¿Sospechará aledbpotes, y en voz altá re-
puso: —¡Dos horas, y te sobra tiempo!
Pasadas que sean, has de estar fuera de Madrid.
Tornando á estrechar la mano de su sobrino, le
señaló la puerta, repitiéndole:
—No olvides cuanto te tengo dicho, ni tampoco
que dei exacto cumplimiento de esta misión depen-
«de el que progreses rápidamente en tu carrera,
1
A